martes, 27 de marzo de 2012

¿INSTRUCCIÓN CONTRA EDUCACIÓN?

Por Enrique Alonso guardia


Educación: 

del latín educere que significa"sacar", 
del latín educare que significa "formar e  instruir" 


Haciéndonos eco de lo que Andrés Manjón decía sobre formar hombres y mujeres cabales, completos e íntegros, el tradicional combate entre instrucción y educación, disciplina frente a anarquía, sacrificio frente a placer, normas frente a libertad y escuchar al maestro frente a escuchar al alumno, carece de sentido.

¿Puede existir educación sin disciplina? Parece que no. Sin orden no llegaremos a construir un conocimiento gradual organizado según los recursos de cada individuo y características de cada cultura. 

¿Cómo establecer una verdadera educación sin un guía? Todos traemos “de fábrica” una necesidad innata de aprender, de curiosear, de saber. A lo largo de la historia se han agrupado conocimientos y experiencias que conforman nuestro acerbo cultural. Los maestros lo acercamos a los alumnos organizado en asignaturas y lecciones.

Es importante no confundir disciplina y autoridad con autoritarismo. Uno pone limites y educa; el otro sólo domestica y da miedo. El miedo puede amaestrar pero nunca educar el interior de forma sana y completa como decía Manjón.

Me pregunto que si el saber, como las creencias o las religiones son tan buenas como nos dicen los maestros, sacerdotes, guías o profetas deberíamos caminar hacia ellas sin pausa. Entonces, ¿por qué no sucede esto? Porque tanto el ámbito del saber como el ámbito espiritual parte de una aceptación profunda y permiso del individuo. Es su Ser, su interior, él es el que autoriza al entorno (colegio, TV, maestros, consolas, ordenadores, amigos, etc...) a ser significativo para su conocimiento, para su afecto, para su curiosidad... La autoridad n se gana, se recibe del alumno.

¿Puede existir educación sin anarquía? Tampoco. Los niños aprenden de una forma global. Todo les llega a la vez y lo captan sin calificaciones. Los maestros y pedagogos afanados en clarificar al máximo y poner luz a los procesos comitivas y afectivos, vamos clasificando en asignaturas, capítulos y actividades nuestro saber docente. Pero la anarquía existe y el desorden, acentuado en los más pequeños, es evidente. Convivir con ella e ir organizándola es tarea lenta y costosa. Tengo la experiencia de que, en muchas ocasiones, la anarquía tranquiliza a los mismos alumnos con espacios donde puedan expresarse libremente. La propuesta es, en vez combatirla con todas nuestras fuerzas, mejor la incorporamos a la educación. 

De la mano de esta anarquía esta la improvisación esencial para el maestro. ¿Cuantos procesos y situaciones se dan de una forma transversal en nuestra aula?. Yo no controlo todo lo que pasa, y si me lo creo soy un iluso: problemas en casa, accidentes, enfermedades, enfados, regañinas, caprichos, etc.. Todo esto se da “puertas afuera” pero modifica el comportamiento y rendimiento de mis alumnos cada día.

La anarquía y la improvisación se convierten en un complemento a la más exhaustiva programación. Hay muchos colectivos que funcionan así: los equipos de fútbol, los de baloncesto, competiciones de dominó, ajedrez, actores de cine o teatro... Una preparación de todo lo que hay que hacer para poder luego improvisar si hace falta.

¿Podría existir una verdadera educación sin sacrificio? Creo que no. En la educación hay mucho de repetición y adiestramiento del cuerpo, de la mente, del corazón. Hay conquistas que necesitan mucho esfuerzo. Cada tres años me enfrento a una de las más costosas: la adquisición del la lectura y la escritura y les puedo asegurar que para algunos son auténticos combates. Con paciencia, esfuerzo por parte de todos y refuerzos se conquista el mundo de las letras. Igual en matemáticas, igual en cada asignatura de primaria, igual en cada ciclo, en cada centro... Con esfuerzo, paciencia y "premios" se consigue llegar a cualquier cima educativa.

Por otro lado, ¿Podría existir una verdadera educación sin placer? No, de forma rotunda. Los ojos de “mis niños” cuando entienden que la "p" con la "a" dice "pa" o cuando aciertan sumando 2 mas 2, cuando relacionan y entienden asociaciones o series... son especiales. Estoy de acuerdo que en educación infantil hay más cosas que llaman la atención que cuando son mayores, pero creo que si aguantamos la esencia del placer por el descubrimiento lograríamos niños motivados con aprender. 
El placer fija el hábito de la curiosidad y el aprendizaje. La curiosidad, característica inherente al niño pequeño cuando explora pro prima vez el mundo, es insaciable. Parecen que todo lo tienen que tocar, coger y chupar. Cada conquista produce placer, el movimiento, el habla, etc...

El placer se produce en la conquista. Conquisto porque pasas cosas que me acompañan: el premio, el refuerzo del maestro, la fama, el orgullo, la satisfacción interior, etc... Aprendo porque pasan cosas. Si en mi aula no pasa nada, si es todo plano y silencioso, pasivo, si da lo mismo trabajar que no, cuidarnos que no, mediar que no, ayudar que no, estudiar que no... sometería a mis alumnos a la desidia y hastío y pronto dejarían de aprender y estar motivados.

El placer no es malo. Disfrutar del aprendizaje hará que las conductas de investigación, análisis e incorporación de los nuevos contenidos se repitan. Si, además, lo que aprendemos sirve para cosas prácticas y cercanas, conseguiremos capacitarles para la resolución de conflictos en su día a día.
¿Qué hacemos en la escuela que desaparece el placer del ámbito docente y se relega al del ocio? Algo no estamos haciendo bien.
Si se produce un equilibrio entre normas y anarquía, entre sacrificio y placer, en definitiva hablamos del mundo de la razón y el del corazón. ¿Por qué no hacer de estos dos estilos uno? ¿Por qué no compaginar lo bueno de los dos estilos de personas? ¿Por qué no equilibrar?

Si nada es puro, no existe nadie que solo sea razón, ni nadie que solo sea afecto, porque nos empeñamos en separarlos en la praxis del docente. Todas las cosas llevadas al extremo, caricaturizan las posturas que se enfrentan y da motivos de censura a la opción contraria. Esta lucha es estéril. No da fruto y sí mucho desgaste. 

El juego no es igual que perder el tiempo. El juego... esencial para la verdadera educación.

Por último me gustaría completar la reflexión sobre la instrucción y educación haciendo mención de una de nuestras características de nuestra educación manjonaniana: EL JUEGO. Muchas conversaciones con compañeros de profesión me argumentan que soy afortunado porque puedo jugar y estar mas relajado en infantil. No es así. Cuando hablo del juego voy mas allá, voy a una explosión, a una actitud de que todo es juego, a una pasión por la improvisación y entendimiento por encima de una asignatura. Profundizando en Manjón descubrí que afirma que el juego para los niños es vital porque ocupa toda su vida. No hay escuela sin juego y recreo. Para los adolescentes es imprescindible y para los jóvenes muy recomendable. Manjón atribuye al juego prioridad de una necesidad básica. Lo pone de manifiesto en su frase: Sin mesa, sueño y recreo, no hay cerebro. Lo primero es comer, lo segundo es dormir, lo tercero jugar; lo cuarto estudiar y durante todas esas funciones, respirar aire puro a todo pulmón y gozar de salud y alegría cabales. Hay muchos tipos de juegos que, aplicados al aula, pueden dar mucho beneficio educativo, pero creo que la propuesta de Manjón profundiza mas y aquí es donde conecto de una manera especial. Creo que deberíamos recuperar la chispa, la actitud de juego, de broma, de energía positiva que nos rodea cuando jugamos.

Propongo la mezcla, la moderación de posturas y el aprendizaje de lo que no tengo. Hay niños cerebrales y afectivos, hay maestros racionales y corazones andantes... ¿por qué hacer la educación uniforme? Alejarme de lo que controlo, de lo que sé que me funciona y pruebo las ventajas de lo que no tengo o en lo que no creo mucho. Bueno, pero por encima de todo propongo la charla, hablar de lo que creo como maestro y de lo que no, buscar espacios para crecer juntos y poder apasionarnos unos a otros en esta tarea que en algún momento nos enamoró, o que todavía nos enamora.

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